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La desesperanza silenciosa: lo que la juventud nos está diciendo

  • Foto del escritor: Dr. Víctor Luis Figueroa Alvarado
    Dr. Víctor Luis Figueroa Alvarado
  • 23 sept
  • 5 Min. de lectura
Una chica en un pasillo iluminado con la cara tapada.
Detrás de sonrisas aparentes y vidas productivas, la juventud está enviando un mensaje urgente: la desesperanza no se combate con likes, sino con comprensión y comunidad.

Como psiquiatra, me encuentro cada vez con más jóvenes que, a primera vista, parecen estar viviendo la plenitud de su etapa vital. Estudian, trabajan, se muestran sonrientes en redes sociales y mantienen vidas que, desde fuera, podrían catalogarse como exitosas. Sin embargo, cuando se sientan en la consulta, lo que revelan es un vacío profundo: ansiedad, desesperanza y una sensación de que nada tiene sentido. No se trata de un fenómeno aislado, sino de un patrón creciente que debería preocuparnos como sociedad.


Un fenómeno que crece en silencio


Los datos globales confirman lo que vemos a diario en la clínica. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2022), los problemas de salud mental son ya una de las principales causas de enfermedad y discapacidad en adolescentes y adultos jóvenes. Un análisis publicado en The Lancet Psychiatry (2021) mostró que, durante la última década, los trastornos depresivos y de ansiedad han aumentado significativamente en este grupo etario, con un impacto mayor en mujeres y en países de ingresos medios y bajos.


En Estados Unidos, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, 2023) reportó que casi el 42% de los estudiantes de secundaria experimentaron sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza en el último año, una cifra que ha crecido de forma sostenida desde 2009. Aunque en América Latina la investigación es más limitada, estudios regionales señalan un incremento similar, vinculado a factores socioeconómicos, inestabilidad política y precariedad laboral.


Las raíces de la desesperanza juvenil


La desesperanza en la juventud no puede explicarse de forma unidimensional. Es el resultado de una suma compleja de factores sociales, psicológicos y biológicos.

En el plano social, muchos jóvenes enfrentan un horizonte incierto: falta de empleos estables, dificultad para acceder a vivienda, migración forzada y un clima general de incertidumbre económica y política. La promesa de que el esfuerzo académico garantiza un futuro mejor se ha desdibujado, y esa ruptura de expectativas genera frustración y desmotivación.


En lo psicológico, emerge un fenómeno frecuente en consulta: la sensación de estar viviendo una vida sin propósito. Jóvenes que cumplen con todas las metas impuestas (graduarse, conseguir trabajo, mantener una vida social activa), pero que sienten que, al final del día, todo carece de sentido. Este vacío existencial, lejos de ser un asunto filosófico abstracto, se traduce en síntomas concretos: insomnio, irritabilidad, ansiedad y, en los casos más graves, ideación suicida.


A esto se suma el componente neurobiológico. El cerebro adolescente y joven adulto aún está en proceso de maduración, especialmente en la corteza prefrontal, área clave para la regulación emocional y la toma de decisiones. El estrés crónico, el consumo de sustancias y la presión constante a la que se ven sometidos estos jóvenes alteran la plasticidad cerebral y aumentan la vulnerabilidad a trastornos depresivos y ansiosos (Casey et al., 2022).


Cuando el dolor se disfraza de éxito


Una de las manifestaciones más inquietantes de este fenómeno es lo que podríamos llamar la depresión funcional. Jóvenes que mantienen un rendimiento académico o laboral impecable, que sonríen en fotos, que incluso aconsejan a otros, pero que en la intimidad cargan con pensamientos de inutilidad, desesperanza y falta de valor personal.


La depresión funcional es especialmente peligrosa porque pasa inadvertida. Estos pacientes no cumplen el estereotipo clásico de la depresión (alguien que no puede levantarse de la cama o que abandona todas sus responsabilidades). Al contrario, su sufrimiento queda oculto tras una fachada de productividad y normalidad. El riesgo es que, al no ser detectado a tiempo, el desenlace puede ser súbito y devastador.


La cultura de la inmediatez y la comparación constante


El impacto de la vida digital es innegable. Diversos estudios han mostrado que el uso intensivo de redes sociales, especialmente en adolescentes y adultos jóvenes, se asocia a mayores niveles de ansiedad, depresión y problemas de autoestima (Twenge, 2023). No se trata de demonizar la tecnología, sino de reconocer que la constante comparación con los demás (fotos editadas, vidas aparentemente perfectas) crea una presión insoportable.


La cultura de la inmediatez, propia de las plataformas digitales, también moldea las expectativas. Todo debe ser rápido: el éxito, la respuesta a un mensaje, la validación social. Esta lógica choca con los procesos reales de la vida, que requieren tiempo, paciencia y esfuerzo sostenido. El resultado es un desajuste emocional: los jóvenes sienten que avanzan demasiado lento o que nunca alcanzan lo suficiente, lo cual alimenta la desesperanza.


La urgencia de escuchar y actuar


Más allá de las estadísticas, lo que la juventud nos está diciendo es que necesita ser escuchada. Muchos jóvenes no hablan de lo que sienten por miedo al estigma, por temor a ser incomprendidos o porque piensan que su dolor será minimizado.


El reto está en abrir espacios de diálogo en los hogares, en las escuelas, en las universidades y en los lugares de trabajo. Hablar de salud mental no debería ser un lujo ni un tabú, sino una parte esencial de la vida en comunidad. Programas de prevención, acceso a psicoterapia, campañas de sensibilización y acompañamiento cercano pueden marcar la diferencia.


Desde lo clínico, la tarea es detectar a tiempo, acompañar sin juicio y ofrecer herramientas terapéuticas adaptadas a cada caso. Pero como sociedad, la responsabilidad va más allá: necesitamos reconstruir un tejido de sentido que permita a los jóvenes proyectarse hacia el futuro con esperanza.


Reflexión final


Como psiquiatra, me pregunto qué nos está revelando esta ola de desesperanza en la juventud. Más que un síntoma aislado, parece ser un espejo de nuestra época: una sociedad que corre sin detenerse, que mide el valor en likes y métricas, que promete todo y al mismo tiempo deja un vacío difícil de llenar.

Los jóvenes no son simplemente pacientes que consultan por ansiedad o depresión; son portadores de un mensaje. Nos dicen, con su dolor, que necesitamos reimaginar la manera en que concebimos el éxito, la felicidad y la vida en común. Escucharlos es urgente. Ignorarlos sería condenar a una generación entera a vivir en silencio lo que debería ser compartido, comprendido y sanado colectivamente.

 

Referencias


  • Casey, B. J., Heller, A. S., Gee, D. G., & Cohen, A. O. (2022). Development of the emotional brain: Implications for mental health. Annual Review of Developmental Psychology, 4, 183-207.

  • Centers for Disease Control and Prevention (CDC). (2023). Youth Risk Behavior Survey Data Summary & Trends Report: 2011–2021. Atlanta, GA: U.S. Department of Health and Human Services.

  • Organización Mundial de la Salud. (2022). World mental health report: Transforming mental health for all. Ginebra: OMS.

  • The Lancet Psychiatry. (2021). Global prevalence and burden of depressive and anxiety disorders in 204 countries and territories in 2020 due to the COVID-19 pandemic. The Lancet Psychiatry, 8(9), 904–915.

  • Twenge, J. M. (2023). Generations: The real differences between Gen Z, Millennials, Gen X, Boomers, and Silents—and what they mean for America’s future. Atria Books.

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