No todo es depresión, ansiedad ni bipolaridad: lo que perdemos cuando usamos mal los términos de salud mental
- Dr. Víctor Luis Figueroa Alvarado
- hace 1 hora
- 4 Min. de lectura

“Eres bipolar”, “ando depre, “eso me da ansiedad”
Hoy en día, hablar de salud mental se ha normalizado más que en épocas anteriores, y eso es, sin duda, una buena noticia. Que podamos poner en palabras nuestro malestar emocional, nuestras dudas internas, o nuestras necesidades psicológicas es un avance como sociedad. Pero como ocurre con todo avance, también trae nuevos desafíos.
Uno de ellos es que estamos usando mal el lenguaje de la salud mental. Y aunque parece algo menor, puede tener consecuencias importantes.
El lenguaje crea realidad (y también la distorsiona)
Cada vez es más común oír frases como:
“Amo y odio a esa persona, soy full bipolar.”, “Ese video me dio ansiedad.”, “Hoy estoy depre, déjenme.”, “Tengo TOC con la limpieza.” y “Esa niña tiene TDAH porque no se queda quieta.”
Y aunque entendemos que muchas veces son expresiones coloquiales o hiperbólicas, el uso indiscriminado de estos términos puede:
Desinformar, creando una idea superficial o errónea de lo que son realmente estas condiciones.
Desvalorizar la experiencia de quienes sí viven con un diagnóstico clínico real.
Llevar a autodiagnósticos peligrosos que retrasan una evaluación adecuada.
Aumentar la automedicación o la búsqueda de soluciones rápidas a problemas complejos.
En otras palabras: lo que empezó como una forma de hablar con más libertad sobre lo emocional, se ha convertido en una forma de banalizar el sufrimiento real.
¿Qué sí es y qué no es una depresión?
Sentirse triste, desmotivado o emocionalmente agotado durante unos días no significa que tengas depresión clínica. La depresión mayor no es solo un “bajón”. Es un trastorno del estado de ánimo con criterios diagnósticos muy específicos: duración, intensidad, impacto funcional y síntomas característicos como incapacidad de sentir placer, alteraciones del sueño, cambios en el apetito, pensamientos de inutilidad o muerte, entre otros.
Confundir una tristeza esperada (como la que se experimenta tras una pérdida, un duelo o una crisis vital) con una depresión puede llevar a dos extremos igualmente dañinos:
Medicar lo que no necesita medicación.
No atender lo que sí requiere intervención de un profesional
¿Y la ansiedad?
Decir “sufro de ansiedad” cuando vimos un video incómodo o nos sentimos nerviosos antes de una reunión es entendible. Pero la ansiedad clínica, esa que tratamos en consulta, no es solo un estado transitorio de inquietud.
Implica una activación fisiológica y emocional persistente, con síntomas como:
Tensión muscular constante.
Insomnio frecuente.
Palpitaciones, sudoración o dificultad para respirar.
Pensar que todo va a salir mal siempre.
Evitación de actividades cotidianas por miedo irracional.
Y lo más importante: interfiere significativamente con la vida diaria.
¿Y qué pasa con el famoso “soy bipolar”?
Probablemente, uno de los términos más mal utilizados hoy en día.
Cambiar de opinión, tener días buenos y malos, emocionarse y luego frustrarse... eso es humano. La bipolaridad clínica, en cambio, es un trastorno severo y complejo que implica episodios de:
Manía (euforia patológica, impulsividad, ideas de grandiosidad, disminución del sueño sin fatiga, gastos descontrolados, aumento de la libido, agitación intensa).
Depresión (con síntomas profundos y prolongados, como ya se explicó).
El problema de banalizar este diagnóstico es que quienes verdaderamente lo padecen luchan no solo con su condición, sino también con los estigmas, prejuicios y burlas alimentadas por el uso incorrecto del término.
¿Por qué importa todo esto?
Porque la salud mental no es un meme ni un trending topic.
Es una especialidad médica, una ciencia, una herramienta para entender la mente humana y ofrecer respuestas reales.
Cuando reducimos los diagnósticos a etiquetas cotidianas:
Desdibujamos la línea entre malestar emocional y trastorno clínico.
Perdemos oportunidades de prevención y atención temprana.
Y, sin querer, deslegitimamos a quienes verdaderamente necesitan apoyo profesional.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
No se trata de volver al silencio. Ni de evitar las conversaciones sobre lo que sentimos. Al contrario: necesitamos seguir hablando de salud mental, pero con mayor precisión, empatía y responsabilidad.
Aquí algunas recomendaciones prácticas:
Usa términos de salud mental con conciencia. No para exagerar, sino para informar.
Fomenta el hábito de consultar con profesionales. No todo se resuelve con redes sociales o consejos de amigos.
Valida el malestar de los demás, incluso si no entiendes su diagnóstico.
No te autodiagnostiques por TikTok o Instagram. La salud mental no se define en 30 segundos.
Y si sientes que algo en ti no está bien, no busques una etiqueta. Busca un acompañamiento.
Es decir…
Hablar de salud mental es importante, pero hacerlo con precisión lo es más aún.
No todo lo que incomoda es ansiedad. No todo lo que entristece es depresión. No todo lo que cambia es bipolaridad.
Y eso no significa que lo que sientes no importa. Al contrario: significa que lo que sientes merece ser entendido con profundidad y abordado con seriedad.
Porque al final, la diferencia entre malestar y diagnóstico no la define un término. La define la historia clínica, la evaluación, el contexto… y sobre todo, el cuidado.
¿Buscas orientación profesional? El Dr. Víctor Figueroa te ofrece una evaluación cuidadosa, un acompañamiento cercano y un plan de tratamiento diseñado para ti.
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