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¿Y si no es solo estrés? Las señales silenciosas que podrían indicar que alguien necesita ayuda psiquiátrica

  • Foto del escritor: Dr. Víctor Luis Figueroa Alvarado
    Dr. Víctor Luis Figueroa Alvarado
  • 31 jul
  • 4 Min. de lectura
Hombre estresado en un carro.
Cuando el malestar se disfraza de cansancio, estrés o desinterés, reconocerlo puede marcar la diferencia.

No todas las señales son escandalosas


No siempre hay gritos, colapsos o diagnósticos evidentes. La salud mental no suele anunciar su deterioro con pancartas. A menudo lo hace con silencios, con pequeñas fisuras en la rutina, con gestos que parecen normales… hasta que dejan de serlo.

Y justo ahí está el problema: la mayoría de los signos de malestar emocional se normalizan. Se camuflan entre frases como “así es él”, “ella siempre ha sido intensa”, “es que está estresado” o “ya se le pasará”. Hasta que no se pasa. Hasta que el desgaste ya no se puede ignorar.

Entonces, ¿cómo saber si alguien necesita ayuda profesional? ¿Cuándo una consulta con un psiquiatra no es exagerada, sino justa y necesaria?


Lo primero: cambiar el termómetro emocional


Solemos pensar que alguien necesita ayuda solo si “está muy mal”. Pero esa vara es engañosa. Muchas personas llegan a consulta después de años de sostenerse con alambres, sin haber tocado fondo, pero sin sentirse verdaderamente bien desde hace tiempo.

Hay que cambiar la pregunta. No se trata solo de saber si alguien está mal, sino si alguien está bien consigo mismo, funcional, y emocionalmente estable.

Con eso claro, pasemos a lo importante:


¿A qué debo estar atento?


Aquí no hablamos de etiquetas ni diagnósticos rápidos. Hablamos de patrones persistentes que merecen ser escuchados, contextualizados y evaluados con criterio clínico.


Ejemplos cotidianos que podrían indicar un problema de salud mental


  • Tu padre, que antes era paciente, meticuloso, el que solucionaba todo… ahora explota por cualquier cosa, no tolera interrupciones y se pasa horas callado frente al televisor. Lo llamas y responde con monosílabos. Él dice que está “cansado del trabajo”, pero tú sabes que es más que eso.

  • Tu madre, que siempre se ocupó de todos, lleva meses sin dormir bien. Llora a escondidas. Te dice que está “vacía”, pero nunca se detiene.

    Sigue funcionando, pero como si lo hiciera en automático. No ha hablado con nadie de esto.

  • Ese amigo del colegio, el de las bromas y los proyectos, ahora pasa días enteros encerrado en su cuarto. Dice que está “aburrido”, pero ya no le emociona nada. Ni salir, ni trabajar, ni hacer ejercicio. Está apagado, pero lo disfraza de indiferencia.

  • Una compañera de oficina que llega tarde, comete errores que antes no cometía, se le olvidan cosas básicas. Se la ve con la mirada perdida, el ánimo plano. Cuando le preguntas, responde: “todo bien, es el estrés”.

  • Tu pareja, que pasa de la hiperactividad al silencio. Una semana quiere mudarse de país, cambiar de carrera, comprar un carro. A la siguiente, no quiere salir de la cama. Tú no sabes en qué versión de esa persona despertarás mañana.

  • Un amigo que perdió a alguien hace meses, pero aún no puede hablar del tema sin quebrarse. Sigue con insomnio, pesadillas, se desconecta en medio de conversaciones. Dice que “lo está superando”, pero tú notas que se está hundiendo.


Otras señales que no suenan a salud mental, pero sí lo son


  • Dolores de cabeza o musculares constantes, sin causa médica clara.

  • Cambios bruscos en el peso o el apetito.

  • Falta de concentración que interfiere en el trabajo o estudio.

  • Evitar compromisos, apagar el celular, desconectarse de los demás.

  • Uso creciente de alcohol, marihuana o pastillas para “relajarse” o “poder dormir”.

  • Dificultad para disfrutar lo que antes les gustaba.

  • Frases como: “Siento que estoy fallando”, “no tengo ganas de nada”, “ya no me reconozco”.


Mujer con pensamientos que la llenan de estrés.

¿Pero acaso no todos tenemos malos días?


Sí, claro. Todos atravesamos temporadas difíciles. Pero hay una gran diferencia entre estar atravesando un momento emocional retador y vivir atrapado en él.


Lo que marca la diferencia no es solo el malestar en sí, sino:


  • Su frecuencia (¿es todos los días o de vez en cuando?).

  • Su duración (¿lleva semanas o meses?).

  • Su impacto funcional (¿está afectando el trabajo, las relaciones, el cuidado personal?).


Si la respuesta es sí a esas tres preguntas, eso ya no es solo una mala racha. Es una señal clara de que hay algo que necesita atención clínica.


¿Y si no estoy seguro de lo que le pasa?


No necesitas tener un diagnóstico para sugerir ayuda. De hecho, no es tu rol.

Lo que sí puedes hacer es observar y acompañar. Y si tienes dudas, hacer preguntas que abran espacios de reflexión:

“¿Has notado que últimamente todo te cuesta más?”, “¿No crees que estás demasiado cansado, incluso cuando duermes?”, “¿Cuándo fue la última vez que te sentiste bien de verdad?”

Son preguntas que invitan a pensar, sin imponer. Y en muchos casos, plantan la semilla de una búsqueda de ayuda que la persona aún no se permite iniciar.


¿Y si después de todo no era “tan grave”?


Entonces no pasa nada. Consultar a un psiquiatra no obliga a iniciar un tratamiento. Pero puede ofrecer un diagnóstico claro, una evaluación del contexto y, sobre todo, un espacio donde alguien con formación escuche sin prejuicios y oriente con fundamento.

Ir al psiquiatra no es una declaración de derrota. Es una manera de decir: quiero entender qué me está pasando y encontrar un camino mejor.

¿Quieres decirle a alguien que busque ayuda? Pues comparte este artículo.

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